Desde Que era niña, la vida de Francisco, me ha hecho sentido profundamente, recuerdo a mi madre leerme, Los Motivos del Lobo, de Rubén Darío, era una poesía como un cuento, y recuerdo que a mí me encantaba. Ahora, en la medianía de mi vida, la vida de este Santo ha sido como la LUZ en medio de estas Tinieblas que nos rodean, como Francisco yo digo hazme Señor un instrumento de Tú PAZ, que donde haya odio, siembre yo el AMOR. Tu Amor Divino en este mundo cada vez más necesitado. Siento toda la vida de este Santo, como un modelo de inspiración diaria en mi propia vida.
El proceso de conversión de San Francisco fue largo, y en él se inserta esta Oración. El Señor lo iba conduciendo mediante acontecimiento sucesivos por caminos que Francisco no acababa de entender ni sabía adonde le llevaban. Su gran preocupación era conocer la voluntad de Dios, saber lo que el Altísimo le pedía, y acertar el rumbo que debía emprender, para lo que recurría a la Oración. Un día en que paseaba junto a la Iglesia de San Damián, llevado del Espíritu entró en ella y se puso a orar fervorosamente ante la imagen del Crucificado, que piadosa y benignamente le habló así: “ Francisco, vete, repara mi casa, que, como ves, se viene todo al suelo”.
La mayoría de los testimonios de los manuscritos dice que fue entonces cuando Francisco recitó esta oración como respuesta al mandato que acababa de recibir. El contenido de la oración encaja perfectamente en las circunstancias del acontecimiento. Pero es de lo más normal que, en sus largas horas de oración buscando los caminos del Señor, el joven Francisco le pidiera que Su luz disipara sus tinieblas, y que las virtudes y los frutos del Espíritu le permitieran conocer y cumplir, sin demora ni tergiversación, la voluntad de Dios. Ciertamente, esta Oración, en su densa brevedad, puede ser la oración de multitud de cristianos.
Sumo, glorioso Dios,
Ilumina las tinieblas de mi corazón
Y dame fe recta,
Esperanza cierta
Y caridad perfecta,
Sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla
Tu santo y verdadero mandamiento.
Los motivos del Lobo - Rubén Darío
El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal,
Bestia temerosa, de sangre y de robo,
Las fauces de furia, los ojos de mal:
El lobo de Gubbia, el terrible lobo,
Rabioso, ha asolado los alrededores;
Cruel ha deshecho todos los rebaños;
Devoró corderos, devoró pastores,
Y son incontables sus muertes y daños.
Fuertes cazadores armados de hierros
Fueron destrozados. Los duros colmillos
Dieron cuenta de los más bravos perros,
Como de cabritos y de corderillos.
Francisco salió:
Al lobo buscó
En su madriguera.
Cerca de la cueva encontró a la fiera
Enorme, que al verle se lanzó feroz
Contra él. Francisco, con su dulce voz,
Alzando la mano,
Al lobo furioso dijo: ¡Paz hermano
Lobo! El animal
Contempló al varón de tosco sayal;
Dejó su aire arisco,
Cerró las abiertas fauces agresivas,
Y dijo: ¡ Está bien, hermano Francisco!
¡Cómo! Exclamó el santo ¿Es ley que tú vivas
De horror y de muerte?
¿ La sangre que vierte tu hocico diabólico, el duelo y espanto
Que esparces, el llanto
De los campesinos, el grito el dolor
De tanta criatura de Nuestro Señor,
No han de conocer tu encono infernal?
¿ Vienes del infierno?
¿ Te ha infundido acaso su rencor eterno
Luzbel o Belial?
Y el gran lobo, humilde: ¡ Es duro el invierno,
Y es horrible el hambre! En el bosque helado
No hallé qué comer, y busqué el ganado,
Y en veces comí ganado y pastor.
¿La sangre? Yo vi más de un cazador
Sobre su caballo, llevando el azor
Al puño, o correr tras el jabalí,
El odo o el ciervo; y a más de uno ví
Mancharse de sangre, herir, torturar,
De las roncas trompas al sordo clamor,
A los animales de Nuestro Señor.
Y no era por hambre, que iban a cazar.
Francisco responde: En el hombre existe
Mala levadura.
Cuando nace viene con pecado. Es triste.
Más el alma simple de la bestiart es pura.
Tú vas a tener
Desde hoy qué comer.
Dejarás en paz
Rebaños y gente en este país.
¡Que Dios melifique tu ser montaraz!
Está bien, hermano Francisco de Asís.
Ante el Señor, que todo ata y desata,
En fe de promesa tiéndeme la pata.
El lobo tendió la pata al hermano
De Asís, que a su vez le alargó la mano.
Fueron a la aldea. La gente veía
Y lo que miraba casi no creía.
Tras el religioso iba el lobo fiero,
Y, baja la testa, quieto le seguía
Como un can de casa, o como un cordero.
Francisco llamó a la gente a la plaza
Y allí predicó.
Y dijo: He aquí una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo;
Me juró no ser ya vuestro enemigo,
Y no tepetir su ataque sangriento.
Vosotros, en cambio, dareís su alimento
A la pobre bestia de Dios . ¡Así sea!
Contestó la gente toda de la aldea.
Y luego, en señal
De contentamiento,
Movió testa y cola el buen animal,
Y entró con Grancisco de Asís al convento.
Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
En el santo asilo.
Sus bastas orejas los salmos oían
Y los claros ojos se le himedecían.
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
Cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía,
El lobo las pobres sandalias lamía.
Sañía a la calle,
Iba por el monte, descendía al valle,
Entraba a las casas y le daban algo
De comer. Mirabanle como a un manso galgo.
Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo
Dulce, el lobo mando y bueno, el lobo probo,
Desapareció, tornó a la montaña,
Y recomenzaron su aullido y su saña.
Otra vez sintióse el temor, la alarma,
Entre los vecinos y entre los pastores;
Colmaba el espanto los alrededores,
De nada servían el valor y el arma,
Pues la bestia fiera
No dio treguas a su furor jamás,
Como si tuviera
Fuegos de Moloch y de Satanás.
Cuando volvió al pueblo el divino santo,
Todos lo buscaron con quejas y llanto,
Y con mil querellas dieron testimonio
De lo que sufrían y perdían tanto
Por aquel infame lobo del demonio.
Francisco de Asís se puso severo.
Se fue a la montaña
A buscar al falso lobo carnicero.
Y junto a su cueva halló a la añimaña.
En nombre del Padre del sacro Universo,
Conjúrote dijo, ¡ oh lobo perverso!,
A que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
Contesta
Te escucho.
Como en sorda lucha, habló el animal,
La boca espumosa y el ojo fatal:
Hermano Francisco, no te acerques
Mucho...
Yo estaba tranquilo allá en el convento;
Al pueblo salía,
Y si algo me daban estaba contento
Y manso comía.
Más empecé a ver que en todas las casas
Estaban la Envidia, la Saña, la Ira,
Y en todos los rostros ardían las brasas
De odio, de lujuria, de infamia y mentira.
Hermanos a hermanos hacían la guerra,
Perdían los débiles y ganaban los malos,
Hembra y macho eran como perro y perra,
Me vieron humilde, lamía las manos
Y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
Todas las criaturas eran mis hermanos:
Los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
Hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apañearon y me echaron fuera.
Y su risa fue como un agua hirviente,
Y entre mis entrañas revivió la fiera,
Y me sentí lobo malo de repente;
Más siempre mejor que esa mala gente.
Y recomencé a luchar aquí,
A me defender y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí,
Que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
Déjame existir en mi libertad,
Vete a tu convento, hermano Grancisco,
Sigue tu camino y tu santidad.
El santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con una profunda mirada,
Y partió con lágrimas y con desconsuelos,
Y habló al Dios eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
Que era: Padre Nuestro, que estás en los cielos...