... Nunca había podido imaginar que también los desfavorecidos de la Naturaleza se atreviesen a amar...
...Ellos no encuentran más que en el amor su razón de vivir...
“Seis veces, te he escrito ya y cada vez he roto mi papel. Porque no quería traicionarme, no, no quería. Me he contenido mientras ha habido resistencia en mí. He luchado para disimular ante tí. Incluso me he mostrado ex profeso dura e irónica para no dejarte adivinar hasta qué punto mi corazón ardía de amor por tí.
Un ser como yo, no tiene derecho a amar ni a ser amado. Sólo tiene un derecho: agazaparse en un rincón, no trastornar con su presencia la vida de los demás.
Perdona, amado mío, este amor, y sobretodo, te lo suplico, No te asustes, no tengas miedo de mí, no temas mi amor!
Sólo deseo que admitas que espere en silencio, que toleres mi amor.
Te suplico que me perdones, porque sin ti no hay día ni noche, sino sólo desesperación. “
...Siempre había creído hasta entonces que el peor sufrimiento era el del amor no correspondido. Caía ahora en la cuenta de que existía uno más terrible todavía: ser amados contra nuestra voluntad y no poder defendernos de esta pasión que nos importuna y nos hostiga; ver a nuestro lado consumirse en el fuego de su deseo a un ser humano y asistir impotentes a sus tormentos; no tener el poder, la fuerza ni la posibilidad de arrancarle de las llamas que le devoran. El que quiere con un amor desgraciado, puede llegar a dominar su pasión, porque no sólo es el que sufre, sino también el creador de su sufrimiento. Si no lo consigue, por lo menos sufre por su propia falta. Pero está perdido sin remedio el que es objeto de un amor al cual no puede corresponder; porque no están en él la medida y el límite de su pasión, sino fuera de él y de su voluntad.
Lo trágico de esta situación sólo puede sentirlo quien es amado por una mujer contra su voluntad.
Cuando una mujer ha vencido su pudor hasta manifestar su amor, hasta ofrecérselo, sin estar segura de encontrar reciprocidad, y cuando el que recibe el amor se subleva y permanece frío. El que se niega a una mujer que le desea, la ofende siempre en sus sentimientos más nobles.
El momento antes se sentía libre, se pertenecía y no debía nada a nadie; de pronto se ve perseguido y acosado, objeto y presa de un deseo ajeno. Turbado hasta lo más profundo del alma, sabe que día y noche una mujer piensa en él, languidece y por él suspira. Ella le quiere, le desea, exige que le pertenezca con todas las fibras de su ser, con todas las fuerzas de su cuerpo y de su sangre. Sus manos, sus cabellos, sus labios, su cuerpo, los quiere ella; sus noches y sus días, sus sentimientos, su sexo y todos sus sueños y pensamientos. Ella quiere asociarse a su vida, asirle y aspirarle con su aliento. Siempre, despierto o dormido, hay en adelante en el mundo un ser que vive con él y para él, que le espera, que vela y sueña pensando en él. Es inútil que se esfuerce en no pensar en ella, que piensa incesantemente en él, ni que trate de huir: ya no está en sí mismo, sino en ella. Como un espejo ambulante, un ser extraño le lleva en él, ella, la mujer, la extraña, que le ama, ya le ha absorbido en su sangre. Le tiene en ella, le lleva en ella, donde quiera que huya. Es prisionero de otro, nunca más es libre y sin inquietudes, nunca más es el mismo...
Extractos del libro La piedad Peligrosa de Stefan Zweig
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