jueves, septiembre 28, 2006

Gioconda Belli




MmMm...ayer alguien me recomendó a esta poeta....y realmente me sorprendió....no la conocía.
Guerrillera, Nicaraguense....de contenidos muy eróticos....


Del qué hacer con estos poemas

Pienso que juntaré mis poemas,
agarrados como una fila de huracanes
y haré un libro desafiante y bello para vos.
Un libro donde estaremos felices
o ariscos como gatos discutiendo,
un libro que flote en el tiempo de tu tiempo
y que podas enseñar a tus nietos
y decirles:

"Miren como me amó esta mujer",

con orgullo de macho idolatrado.

Ahuyentemos el tiempo, amor

Ahuyentemos el tiempo, amor,
que ya no exista;
esos minutos largos
que desfilan pesados cuando no estás conmigo
y estás en todas partes sin estar pero estando.
Me dolés en el cuerpo,
me acariciás el pelo y no estás
y estás cerca
te siento levantarte
desde el aire llenarme
pero estoy sola, amor,
y este estarte viendo
sin que estés me hace sentirme
a veces como una leona herida
me retuerzo doy vueltas
te busco y no estás
y estás allí tan cerca.

En la doliente soledad del domingo

Aquí estoy,
desnuda,
sobre las sábanas solitarias
de esta cama donde te deseo.

Veo mi cuerpo,
liso y rosado en el espejo,
mi cuerpo
que fue ávido territorio de tus besos,
este cuerpo lleno de recuerdos
de tu desbordada pasión
sobre el que peleaste sudorosas batallas
en largas noches de quejidos y risas
y ruidos de mis cuevas interiores.

Veo mis pechos
que acomodabas sonriendo
en la palma de tu mano,
que apretabas como pájaros pequeños
en tus jaulas de cinco barrotes,
mientras una flor se me encendía
y paraba su dura corola
contra tu carne dulce.

Veo mis piernas,
largas y lentas conocedoras de tus caricias,
que giraban rápidas y nerviosas sobre sus goznes
para abrirte el sendero de la perdición
hacia mi mismo centro
y la suave vegetación del monte
donde urdiste sordos combates
coronados de gozo,
anunciados por descargas de fusilerías
y truenos primitivos.

Me veo y no me estoy viendo,
es un espejo de vos el que se extiende doliente
sobre esta soledad de domingo,
un espejo rosado,
un molde hueco buscando su otro hemisferio.

Llueve copiosamente
sobre mi cara
y sólo pienso en tu lejano amor
mientras cobijo
con todas mis fuerzas,
la esperanza.

No me arrepiento de nada

Desde la mujer que soy,
a veces me da
por contemplar aquellas que pude haber sido;
las mujeres primorosas, hacendosas,
buenas esposas, dechado de virtudes,
que deseara mi madre.
No sé por qué la vida entera he pasado rebelándome contra ellas.
Odio sus amenazas en mi cuerpo.
La culpa que sus vidas impecables,
por extraño maleficio, me inspiran.
Reniego de sus buenos oficios;
de los llantos a escondidas del esposo,
del pudor de su desnudez bajo la planchada
y almidonada ropa interior.
Estas mujeres, sin embargo,
me miran desde el interior de los espejos,
levantan su dedo acusador y, a veces,
cedo a sus miradas de reproche y quiero ganarme la aceptación universal,
ser la "niña buena", la "mujer decente"
la Gioconda irreprochable.
Sacarme diez en conducta con el partido,
el estado, las amistades, mi familia,
mis hijos y todos los demás seres que abundantes
pueblan este mundo nuestro.
En esta contradicción inevitable
entre lo que debió haber sido y lo que es,
he librado numerosas batallas mortales,
batallas a mordiscos de ellas contra mí
-ellas habitando en mí queriendo ser yo misma-
transgrediendo maternos mandamientos,
desgarro adolorida y a trompicones a las mujeres internas que,
desde la infancia, me retuercen los ojos porque
no quepo en el molde perfecto de sus sueños,
porque me atrevo a ser esta loca, falible, tierna y vulnerable,
que se enamora como alma en pena de causas justas,
hombres hermosos, y palabras juguetonas.
Porque, de adulta, me atreví a vivir la niñez vedada,
e hice el amor sobre escritorios -en horas de oficina-
y rompí lazos inviolables
y me atreví a gozar el cuerpo sano
y sinuoso con que los genes de todos mis ancestros me dotaron.
No culpo a nadie. Más bien les agradezco los dones.
No me arrepiento de nada, como dijo la Edith Piaf.
Pero en los pozos oscuros en que me hundo, cuando,
en las mañanas, no más abrir los ojos,
siento las lágrimas pujando;
veo a esas otras mujeres esperando en el vestíbulo,
blandiendo condenas contra mi felicidad.
Impertérritas niñas buenas me circundan
y danzan sus canciones infantiles contra mí
contra esta mujer hecha y derecha, plena.
Esta mujer de pechos en pecho y caderas anchas que,
por mi madre y contra ella, me gusta ser.


Parto

Me acuerdo
cuando nació mi hija.

Yo era un solo dolor miedoso,
esperando ver salir de entre mis piernas
un sueño de nueve meses
con cara y sexo.


Sencillos deseos

Hoy quisiera tus dedos
escribiéndome historias en el pelo
y quisiera besos en la espalda acurrucos
que me dijeras las más grandes verdades
o las más grandes mentiras
que me dijeras por ejemplo
que soy la mujer más linda del mundo
que me querés mucho cosas así tan sencillas tan repetidas,
que me delinearas el rostro
y me quedaras viendo a los ojos como si tu vida
entera dependiera de que los míos
sonrieran alborotando todas las gaviotas en la espuma.
Cosas quiero como que andes mi cuerpo camino arbolado y oloroso,
que seas la primera lluvia del invierno dejándote caer despacio
y luego en aguacero.
Cosas quiero como una gran ola de ternura
deshaciéndome un ruido de caracol
un cardumen de peces en la boca algo de
eso frágil y desnudo como una flor a punto
de entregarse a la primera luz de la mañana
o simplemente una semilla, un árbol un poco
de hierba una caricia que me haga olvidar
el paso del tiempo la guerra los peligros de la muerte.





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